lunes, 14 de enero de 2013

Yerba pa´ las hormigas




Hasta hace unas décadas los autlenses podíamos presumir de tener una importante tradición musical: según don Ernesto Medina Lima en sus Crónicas de Autlán de la Grana, además de una respetable producción de ejecutantes y compositores de exportación, en el Autlán de los primeros dos tercios del siglo XX existía un gusto generalizado por la música, que se reflejaba en la cantidad de músicos de todas las calidades que proliferaban en el pueblo y en el hecho de que, bajo cualquier pretexto, era posible escuchar recitales, serenatas y todo tipo de presentaciones de grupos musicales, en cualquier espacio.
Sin embargo, a partir de la generación anterior algo extraño ocurrió dentro de la conciencia colectiva de los autlenses: el lugar que ocupaba un oído educado, capaz de procesar las notas que producían grupos musicales complejos, como orquestas, bandas y coros, fue reemplazado por un burdo receptáculo donde tienen cabida todos los ruidos residuales de una pretendida modernidad que, dicho sea de paso, no ha terminado de asentarse en el pueblo. 
En una temporada propicia, un autlense promedio puede comenzar su día con el angelical estruendo de los cohetes que, con suma devoción, son arrojados al cielo como muestra de alabanza al santo patrono de la iglesia más cercana. Al desayuno, nuestro autlense puede estar acompañado por la melodiosa voz del vale que anuncia esa marca de gas butano al ritmo del Mariachi Loco, del canto de un pájaro coa avisándole que va pasando el aguador o del melodioso sonido de la motocicleta del vecino, que ya se va a trabajar.
Con suerte, a mitad del día escuchará el perifoneo que, aunque no entienda qué dice, sabrá que le anuncia una fabulosa oferta o el próximo evento musical del Carnaval. También puede ser que le toque conocer a profundidad las aspiraciones de vida del vecino que vive a espaldas de su casa, gracias a la selección de narcocorridos que hizo para alegrarse el día.
Por la tarde, el panadero-con-el-pan competirá por el preciado trofeo de las orejas de nuestro personaje con el tamalero, el elotero, el nevero, el que  vende frutas y verduras de temporada y con algún moderno merolico que ofrece la cura para las molestas reumas.
Con este constante asedio de sonidos, es muy pequeño el resquicio por el que podría penetrar alguna mínima cantidad de notas dispuestas armónicamente (el oído termina el día exhausto). Esta puede ser la causa de que la música ya no tenga un lugar preponderante en la vida de los autlenses.

Publicado originalmente en Letra Fría el 18 de marzo de 2012.

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