martes, 23 de junio de 2015

Un tinterillo en La Alpujarra

Edilson Zuleta, tinterillo de oficio.

Por Andrea Guadalupe Murillo Gutiérrez.

Edilson Zuleta hacía mandados para los señores de Gobernación y Alcaldía en La Alpujarra; el Centro Administrativo de Medellín. Un día atisbó los tecladazos que tal señor, ya grande, le propinaba a una máquina de escribir. Tenía al lado a una señora, también mayor, dictándole, mientras él escribía. Al final, la señora le propinó un buen billete y ambos quedaron contentos. Esta escena encantó a Edilson, y de inmediato se acercó con el señor. Vio que además de él había otros señores a lo largo de la calle transcribiendo lo que otros les dictaban. Y se repetía la escena, con billetes más, o menos fuertes del que la señora había sacado de su bolso minutos antes.
Días posteriores, Edilson observó cómo los señores acomodaban perfectamente la hoja y la enrollaban en el rodillo. Éste, lo llevaban de un lado a otro al tocar con los dedos las teclas; hacían que los renglones se fueran rectos y tenían la habilidad de no ver el teclado mientras escribían sobre el papel. Después de esto, tomó un curso de mecanografía y fue como se plantó en la calle, al costado de La Alpujarra, con una mesita de madera y una Remington 80 a esperar junto con sus colegas ‘tinterillos’ los afanes de las personas por redactar oficios declaratorios para las oficinas de a Alcaldía y Gobernación de Medellín.
Durante 32 años, Edilson ha aprendido a hacer declaraciones tributarias, de impuestos, de renta y de propiedad; derechos de petición, documentos de compraventa, de todo tipo. Se nombra a sí mismo como un asesor de contaduría con título de ‘tinterillo’. Cuando tiene una duda sobre qué cifras no cuadran con tal documento acude con su amigo, contador de profesión. Gracias a él ha aprendido que las casas, en Colombia, tienen un certificado de libertad, con el cual se declaran los linderos y medidas de la casa, así como, si es hipotecada y cuál es el último propietario. Edilson se dice ser un asesor, pues indica a las personas cuántas copias deben llevar para no regresar, en dónde las sacan más baratas, si necesitan presentar algún otro documento además de la cédula; cómo llegar a tal edificio de Gobernación y hasta dónde se puede parquear la moto.
Ha estudiado el teclado, no mueve las manos sino los dedos. Es ágil con él, lo sabe llevar con tranquilidad y con correspondencia. Desconoce las pulsaciones y palabras que redacta por documento. Cambia la tinta de su máquina dependiendo de la temporada, si son los meses de diciembre y enero: cada mes, si son julio y agosto: cada semana y media. Tinterillo es por afinidad y amor al oficio. La mecanografía para Edilson prefigura como el traslado de la palabra a través de las teclas.
La usanza de Edilson comienza a las cinco de la mañana. Toma una ducha y se pega un ‘tintico’. De su casa a La Alpujarra le toma una hora en bus. Llega a las 7:30 al parqueadero de motos donde guarda su mesa; coloca la sombrilla, pone la máquina, saca las carpetas amarillas, ya rotas por el uso, las coloca a un costado de la máquina y se pone a leer ‘Nueva Colección de Leyes y Decretos, edición 2013’. Le gusta saber sobre lo que redacta y cuál es el asunto de cada oficio que le encomiendan.
“Las cartas de amor con llanto”, como Edilson nombra a las más largas y engorrosas de todas. “Querida hija cuándo vienes… No, espere, mejor póngale: cuándo llegas para tenerte lista la comida que a ti más te gusta, es que ya te extraño. Mira que, doña Manuela ya tuvo otro nieto. Perdón, es nieta, me equivoqué, corríjale, por favor”. Edilson prefiere redactar oficios, no le gustan las cartas de amor: “es puro chisme eso. Aunque hay que hacer lo que el cliente pida y darle un buen servicio”.
¡Buena la mandarina!, pregonan. ¡Lleve la mandarina, a sólo mil pesitos!, sugieren.  ¡Es mandarina de la dulce!, confirman. Las pisadas de dama son las más fuertes y sonajeras. Van y vienen: todos. Muchos suben al puente peatonal para no esperar la gana de los carros. Un bus que se dirige a Bello lleva la leyenda “yo no nací para sufrir sino para que sufran por mí”. ‘A la orden’, dice Edilson interceptando al peatón. Al frente está El Macetico y Sabor esquisito D’ Chócolo, sólo unos cuantos clientes hay allí dentro. A los costados están los compañeros, uno vestido de camisa amarilla con tres lapiceros en el bolsillo izquierdo redactando en una máquina eléctrica. Al lado derecho está el compañero de camisa gris y sombrero inclinado sobre su Remington. Edilson vuelve a decir: ‘A la orden’ y llega un señor con una empanada de pollo en la mano pidiéndole un oficio dirigido a la Secretaría de Hacienda.

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