lunes, 17 de agosto de 2015

Cien años de la batalla de Ahuacapán

Personaje local en la época de la Revolución.

Publicado originalmente en Letra Fría.

Hace 100 años, el 10 de agosto de 1915, ocurrió en la hacienda de Ahuacapán una de las acciones más sangrientas de la Revolución en Autlán y sus cercanías, cuando las huestes de Pedro Zamora, en ese momento con bandera de villistas, acabaron con una fuerza carrancista mandada por Simón Cobián.
Don Ramón Rubín en su libro Pedro Zamora. Historia de un violador, basado en testimonios orales de personas que vivieron en la región durante esos años, cuenta que una partida zamorista al mando de Domingo Araiza intentó incursionar a la Costa proveniente de Unión de Tula, pueblo desde donde Pedro Zamora y Roberto Moreno controlaban la región. Esta partida se topó con la de Simón Cobián en las cercanías de La Resolana, donde se comenzaban a concentrar las tropas carrancistas enviadas a someter a Zamora, provenientes de Manzanillo, a donde habían llegado por tren desde el centro del país. Los de Cobián persiguieron a los de Araiza hasta Autlán, haciéndoles varias bajas.
Luego de esta acción, que los carrancistas consideraron una victoria, regresaron a su sede en la Costa, aunque tuvieron que quedarse a pasar la noche en Ahuacapán, Ahí los sorprendieron a la mañana siguiente Pedro Zamora y su gente, alertados por Domingo Araiza. El grupo de Simón Cobián fue desbaratado por completo: acompañados por las notas de la Banda Autlán dirigida por don Feliciano García, hecha traer para la ocasión por Zamora, los vencedores desfilaron con carretas de bueyes cargadas con los cadáveres de los caídos, más un burro en el que iba el cadáver de Simón Cobián, desnudo. Los restos de los vencidos fueron depositados en la banqueta del cuartel de La Luna (actual calle de Mariano de la Bárcena, cerca de Obregón) para espectáculo y escarmiento público. También fueron “ajusticiados” los prisioneros que se negaron a renegar de su militancia carrancista.
Si el simple hecho de imaginar esta escena dantesca en las calles de Autlán, por las que todavía transitamos despreocupadamente, ya cuesta trabajo, imaginemos ahora otras incomodidades (por decirlo de una manera suave) incorporadas a la vida cotidiana de los autlenses en esos aciagos tiempos: tener un lugar para esconder a las muchachas (incluidas niñas y señoras) cuando se tenía noticia de la cercanía de alguno de los grupos beligerantes, tener mucho cuidado de no criticar en voz alta los excesos de ninguno de esos grupos, acostumbrarse a enviar la correspondencia abierta y redactada cuidadosamente, para no molestar a nadie, amoldarse al riesgo de perder la vida en un simple malentendido o en un fuego cruzado, volver al trueque como forma de comercio ante la falta de dinero circulante…
Elementos todos, junto con otros muchos, que forman parte de la vida diaria de las personas que viven en una situación de revolución armada y que deberían tener en cuenta (si lo supieran) quienes proponen una para “cambiar al país”.

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